Para este cuento, te proponemos sacarte los zapatos, ponerte las pantuflas y sentarte en un lugar cómodo. Este cuento corto es tan dulce como un bocadito de chocolate.
“BOCADITOS”
Ya tarde escuché un ruido en la cocina pero no quería levantarme. Estaba calentita en la cama. La verdad es que había llorado mucho con una película y no tenía ganas de bajar a ver qué sucedía.
Pensé que sería el gato, como siempre. Cerré los ojos para seguir durmiendo, pero un sonido cada vez más cercano me mantuvo tensa. Escuchaba pasos que subían por la escalera y llegaban hasta mi cuarto.
Me incorporé en la cama y ví al hombre apuntándome.
-Qué hace señora? Acuéstese otra vez que no quiero lastimarla.
Acepté su sugerencia, pero no pude quedarme callada.
-Tenga cuidado joven, porque puede…
El hombre se tropezó con algo y gritó:
-¡¿Qué es esto?!
-Le dije que podría…
Una soguita, colocada desde la cómoda hasta los pies de la cama hizo caer al hombre.
-¡Cállese y dígame dónde están las joyas!
Intenté prevenirlo. No sé si fue la sorpresa, su inexperiencia o la oscuridad pero volvió a caer.
-¡Uy! ¿Ay! ¿Qué? ¿Quién me golpeó?
Una maza de madera colocada sobre el ropero, lo golpeó en la espalda dejándolo boca abajo sobre la alfombra.
Me levanté de la cama con tranquilidad sabiendo que estaría allí unos minutos. Me calcé las pantuflas, porque no me gusta sentir el piso frío bajo mis pies, y me acerqué a él.
Me agaché apenas, porque todavía me duele la cintura, y le quité el arma. Él se volvió y tratando de levantarse, me gritó:
-¡¿Qué hace, qué hace vieja loca? El Fabio me dijo que sería fácil. Que usted tiene un montón de joyas por ahí. Vamos, deme todo que me voy. La Negra me espera afuera.
-Levántese y deje de hablar. Vamos, no sea tonto. Usted no es ladrón. Seguro que no quiere hacer esto.
El atolondrado negaba con la cabeza mientras yo le acariciaba el pelo. Creo que estuvo a punto de soltar alguna lágrima y para no hacerlo sentir mal, lo ayudé un poco hasta que se incorporó por completo.
-Vamos, venga conmigo a la cocina que tengo algún bocadito por algún lado.
-Suelte señora. ¡Suelte, le digo! Me tengo que ir con las joyas ,no con un postre….¿Qué tiene?
-Todavía queda Lemon Pie y un poco de Tiramisú.
No estaba muy seguro de aceptar mi invitación, pero como a mis nietos, lo fui llevando hasta la cocina, mientras se acomodaba la ropa y buscaba su arma con la mirada.
-La tengo yo, no se preocupe.
-Terminemos y me voy. No le vaya a contar a nadie. Me voy y acá, no pasó nada. No había nada, usted dormía como un tronco y listo.
Nunca pensé que fuera tan estúpido pero por alguna razón, me enternecía.
-Yo no tengo dinero ni joyas. Hice correr el rumor en el barrio y ahora todos vienen a visitarme. De vez en cuando, mis hijos y nietos me llevan de viaje. Pero no tengo nada.
Durante casi dos horas compartimos cafés, tortas, anécdotas y un muy buen rato en la cocina. Nunca le devolví el arma y se despidió con un abrazo y un beso, como si yo fuera su abuela.
La Negra, entre tanto, consiguió un cliente y ganó más que él esa noche…o tal vez no.
Amalia Fuino, 2017
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